sábado, 24 de mayo de 2014

La niña que tenía el cielo en los ojos

 

Lo despertó el teléfono celular. Gorka respondió malhumorado.
“Hola… ¿te desperté?” la risotada de Francisco lo sacó del sueño y logró abrir los ojos.
“¿Como se te ocurre llamar a esta hora?”
“¿Hagamos algo a la noche? ¿Te tinca ir al Liguria?”

Que buena idea ir a divertirse un rato, un traguito y algo de comida. Francisco le dijo que iría un grupo grande.

El día fue como muchos otros, una cosa y otra le ocuparon el tiempo hasta el anochecer.

Al entrar al Liguria, un poco tarde, vió de inmediato a sus amigos que ya habían llegado. Gorka se fijó en una mujer rubia, parecía teñida, pero el conjunto de colores dejaba ver que alguna vez fue rubia de verdad. Había una silla desocupada junto a ella. Un leve gesto en su mirada fue una invitación tácita que él aceptó con gusto.

Pasaron un rato agradable, Sofía, así se llamaba la rubia, era muy simpática. Sorpresivamente sabía de las cosas que le gustaban a Gorka, y hablaba de ellas con soltura. Opera, libros, política. La conversación era amena. Gorka se estaba divirtiendo mucho. Francisco lo miró de reojo. Era obvio que Sofía había sido invitada deliberadamente para él y devolvio un leve gesto de agradecimiento. Esto debía tener un buen final, ya que congeniaban de lo lindo.

Pero la historia con Sofía no tendría ningún futuro, porque entró un bullicioso grupo de gente joven, entre ellos una mujer, de aspecto casi infantil, sus movimientos eran ágiles, elegantes, discretos y silenciosos. Casi invisible para todos. Nadie la vió. Nadie se fijó en ella, que se instaló por ahí con sus amigos. Era una mujer invisible en medio de la multitud.

Al pasar cerca de Gorka, sus miradas se cruzaron. Quizás por accidente, o fue el destino. Nadie podría saberlo. Fue la mirada más intensa de la historia del universo. Sus ojos azules, brillantes, reflejos de cielo, arrancaron trozos de su alma.

Su presencia distante lo inundaba, esa mirada, esa mujer cualquiera, sentada en una mesa cualquiera, por allá donde pasaba desapercibida, donde casi nadie sabía quien era y casi nadie la notaba. Excepto él.

Esa noche sonaban canciones italianas, de antiguas grabaciones. La voz masculina y potente de caruso cantaba "Tu ca nun chiagne", con un dejo melancólico, sonaba triste, como hablando de una vida imposible. Gorka amaba esa canción que ahora no dejaba de poner ideas en su mente, quizás un anuncio de lo que vendría en sus próximas semanas. La voz de caruso y esos ojos azules como el cielo concentraban toda su atención.

Al final de la noche, al salir, se cruzaron, se miraron con detención, los ojos en los ojos.

“¿Como te llamas?”
“Maite”
“Busquémonos… yo soy Gorka, tienes facebook?”

Se fueron, los dos, cada uno por su propio camino.

Maite se despidió de sus amigos y con paso rápido se dirigió a su auto. No ofreció llevar a nadie, ni siquiera lo pensó. El hombre que la miró, que ella miró,  el que preguntó su nombre, no la dejaba pensar en otra cosa. Quería buscarlo. Volvió varias veces sola al Liguria en vano. Pero estaba segura de que él también la buscaba.

Al pasar los días Gorka no dejaba de pensar en Maite, la veía en sus sueños. Volvió a la vieja rutina de caminar por las calles al atardecer. Creía verla e todas partes, pero sabía que ella no estaba ahí. Tenía esa premonición, esa suerte de deja vu que lo perseguía y lo inquietaba, sabía que debían encontrarse.

Los dos soñaban, y vivian en un mundo irreal donde todo era posible y podían estar juntos. Hablaban mucho en ese mundo, a veces toda la noche, hasta el alba, cuando el canto de los pájaros precedía la claridad del día y anunciaba que la vida real se acercaba implacable.

“Quizás no pueda vivir contigo, pero no puedo vivir sin ti” le habia dicho Maite en uno de esos sueños.

“Yo moriría sin ti… quiero que me abraces” le respondió él.

Compartieron sus pensamientos más intimos, de forma irreal, en el mundo de sueños donde podían amarse.

“Veo el reflejo de mi alma en tus ojos” le había dicho una vez él. “Es mi alma que se une a la tuya” le respondió ella.

Sin embargo, al pasar los días, ese mundo perfecto e intangible comenzó a contaminarse con realidad. La necesidad de verse, tocarse, oirse, mirarse crecía abrumadora, aplastante. Gorka y Maite sentian un vacío en sus pechos, que sólo podria llenarse con la presencia del otro.

Un día, mientras vivían en el mundo de los sueños, Gorka le pregunto por algo que ocurrió el fin de semana, que ella le había contado ese domingo como a las 7am. Maite casi sin darse cuenta le dijo “¿Como…? ¿te conte esas cosas? pero si tu vives en otro mundo, no deberías saberlas”. El frio del conocimiento y la razón invadió a Gorka, lo paralizó un momento, una corriente helada quemaba su espalda. “No puedo vivir contigo y no puedo vivir sin ti… Esta vida espantosa, que nos hizo nacer en mundos aparte nos separa” murmuró con voz muy queda y ojos tristes.

Una tarde de lluvia, de calles mojadas, que reflejaban las luces de la ciudad como un espejo rugoso, Maite caminaba por Isidora Goyenechea, sin paraguas, mojándose. Le gustaba la sensación.

Esa misma tarde, Gorka iba con alguna prisa hacia el estacionamiento donde había dejado su auto. La lluvia lo sorprendió como a muchos otros.

Era una lluvia fina y grácil, el ocaso y las luces hacían que fuera como una neblina que velaba la visión.

Maite que venía desde la dirección opuesta, tuvo que detenerse para esperar un semáforo. Lo vio de inmediato al otro lado de la calle. Aunque se veía poco, supo que era él. Intuyó su mirada que la reconocía. Fue entonces que pasaron esas dos camionetas grandes, que bloquearon la vista por unos segundos. Cuando volvió a mirar, la luz del semáforo era verde y corrió para cruzar la calle.

Gorka se había ido, lo vio caminar ya un poco lejos, y sumergirse en unas sombras, que quizas fueran un portal al mundo irreal, donde desapareció. Sabía que la había visto, y creyó adivinar un dolor en esa figura que se alejaba. Sus ojos, reflejo del cielo, se nublaron cuando la lluvia o quizás un par de lagrimas los invadieron. Después de un rato, Maite se fue. Le pesaba la ropa mojada, y caminar le estaba resultando difícil en el suelo aún mojado. Ya no llovía.



Santiago 2011

martes, 19 de octubre de 2010

Frio Otoño



Madrid de madrugada, otoño un poco frío. Gorka miraba la luz tenue del amanecer desde el balcón. Era tan raro que estuviera despierto a esa hora. Ella dormía, la miró, apenas cubierta por una sabana muy blanca. Miró la suave curva de su cadera y su pierna, su cuerpo ligeramente musculoso, su pelo ahora un poco rizado. La memoria cálida de la piel en la piel.

El día antes pasearon por esa ciudad antigua, llena de historia y de vivencias acumuladas en los siglos. Era su ciudad y ella la amaba. Gorka oía encantado la forma en que ella la describía. Relatos llenos de pequeños datos y anécdotas, que alguna vez él leyó en escritos de Ramón Gómez de la Serna, el periodista madrileño.

“En esta iglesia se quedaron las tropas napoleónicas...”

“Aqui vivió Calderón de la Barca...”

“La Calle Mayor en esa época se llamaba la Calle de las Platerías...”

Le llamaba la atención su voz un poco grave, que sonaba siempre con tono decidido y seguro.  Claramente ella no dudaba cuando tenía algo que decir. Era de pocas palabras, y sus emociones, que desbordaban en su mirar, no solía expresarlas verbalmente. Al principio pensó que ella no se atrevía a revelarse. Después entendió que no era necesario... sus ojos y actitud lo decían todo.

Sentado en ese café, en la Plaza Mayor, la vio alejarse caminando cuando fue a hacer algo... No recordaba qué, y tampoco le importaba, su mente totalmente absorta en su figura. La emoción lo invadió viéndola caminar, un poco deportiva, fuerte y enérgica.

Ella entendía las cosas. Que fácil hablarle... parecía bastar una mirada para entenderse y ponerse de acuerdo, comprensión instantánea, sin palabras. El hablar quedaba para el placer de conversar, oírla, y jugar con el lenguaje.

La música lo trajo de vuelta al amanecer.

 “We used to swim the same moonlight waters / Oceans away from the wakeful day...” Ghost Love Score... sonaba en algún canal del TV cable del hotel. No quiso mirar la pantalla. Esos versos lo hacían pensar en ella. Una canción que ella le dio hacía tiempo. Y ahora parecía tan ajena que se sentía mal.

Se habían visto pocas veces. Sin embargo era como si hubieran pasado una vida juntos. Que curiosa sensación, una especie de deja vu, que en ese momento parecía esfumarse, deshacerse en el aire.

Ella despierta, lo miraba, sus ojos expresaban una pregunta no dicha, que Gorka prefería ignorar. Sintió un nudo en su pecho al verla así, se dio cuenta de la frialdad y distancia de esa mirada  en sus ojos, y le dio pena.

“Me muero de amor por ti... pero así es la vida no mas...” murmuró, sabiendo que ella no lo oía.  Pensó en el avión a Canarias con un poco de rabia.

Cerca del amanecer ella le había hablado de su vida, sus problemas y como las circunstancias actuales no les permitirían tener una relación. Ella le dio varias razones, que parecían muy sólidas, pero no guardaban relación alguna con las alentadoras palabras de pocas semanas antes, “esto es real... si queremos lo lograremos” le repetía entonces.

Gorka sabía que ninguna razón era tan fundada. Sabía que eran las dudas que llenaban el corazón de Fernanda. Es que habían tantas cosas, abismos que los separaban. Juntos? si, podía ser... pero una relación amorosa? Quizás nunca.

Gorka la miró mientras la desazón lo invadía. Si, el sabía. Lo intuyó desde el primer día, pero no quiso oír a su voz interior.  Ahora, esas noches bañadas por la luna gitana tomaban una dimensión diferente... lejana, triste. Respondió de forma automática, lo sentía inútil...

“Quedate conmigo...” le dijo y ella lo miro sin responder nada.

Se sintió aturdido y una ola de violenta tristeza lo inundó. Los años le habían dado algo de calma y reprimió sus impulsos. Lo mejor era esperar, eludir esas reacciones inmediatas. Pero no podía evitar ese sentimiento violento, y el ansia que a veces lo embargaba. El temperamento heredado de su abuelo vasco sin duda.

“No puede ser, no ahora... por favor no preguntes más.” le dijo ella con tono seguro y con una mirada muy triste.

Se fue al balcón, el aire frío le haría bien y ella se tendió en la cama con ojos tristes.

Después el desayuno, Gorka le dijo que se iba. Esta ambigüedad de una relación que no era, superaba su capacidad de aceptar, podría entenderlo quizás... pero aceptarlo?. No quería perderla. Necesitaba pensar, solo, en el frío, sin la calidez de su voz y de sus ojos que lo atraían con tanta fuerza.

Canarias y la Playa del Inglés no parecía la mejor opción para pensar, menos al lado de ella. Le dejó los pasajes a Fernanda.

“Usalos, son full flexible, así que haz lo que quieras... Yo francamente no puedo...” La voz rígida, sus ojos brillantes... y se fue. Su pasaje de vuelta a Santiago era vía New York. Se quedaría unos días ahi, algunos amigos que visitar y mucho que pensar.

“Me quedo unos dias en New York, voy a visitar al Kevin...”  claro que ella no tenía idea de quién era el famoso Kevin...

“Voy a estar en el Hemsley Park Lane si quieres algo...”

Esas calles nocturnas neoyorkinas parecían un buen lugar para caminar y  pensar.

--  este cuento es para ti.... habrán mejores días en NY.

viernes, 1 de octubre de 2010

Madrileña bonita...

O

Salió del Aladdin en Fairfax Drive, cerca del edificio de la NSF. Se dirigió al Westin dos cuadras mas alla, y luego un taxi a Reagan National. Tenía tiempo de sobra. Era temprano y su vuelo salía a las 3pm. En Miami tenia que esperar un par de horas, lo típico. Esta vez sentía el bolso un poco pesado, y por primera vez en años, pensó que quizás lo cambiara por uno de esos con rueditas, aunque nunca le gustaron. 

El Aladdin, donde servían comida del medio oriente,  era uno de sus lugares favoritos, rápido y simple. También visitaba frecuentemente el japones de WIlson Blvd., frente al Walgreen’s. Gorka siempre recordaba lo bueno que le había parecido una vez el japones de comida rápida en el aeropuerto... “debo haber tenido mucho hambre ese día...” pensó, recordando una sopa de mariscos que había encontrado gloriosa un par de años antes.

En su mente estaba la imagen de esa mujer que conoció en Madrid... las noches de luna en el balcón, mirando la Plaza Colón, el tráfico nocturno, el vino y la pasión.  Y el abismo de espacio y tiempo que los separaba, en tantas dimensiones.

“Esos españoles viven de noche... increible” dijo en voz baja.

Y la imagen de ella....  que llenaba su ser... no podía dejar de pensar. Las palabras no dichas, y su mirada. Esos ojos que revelaron su alma a Gorka, cuando le hablaba  en voz baja, con su tono seguro, de todas esas cosas que ellos entendían, y que a veces parecen tan lejanas del resto del mundo. Como si la luz de la luna plena los transportara a un mundo propio, cuyos únicos habitantes eran ella y él.

“Señor despierte, estamos por aterrizar”. La voz de la asistente de vuelo lo trajo de vuelta al mundo real.  Arropado con la frazada de LAN, y el cinturón de seguridad sobre la frazada, para que no lo molestaran en caso de turbulencias y lo dejaran dormir tranquilo. Los ojos tapados con un gorro de lana azul. Se veía bastante ridículo...

Los días siguientes Fernanda ocupo toda su mente,  y sintió esa necesidad de deambular por Santiago de noche. Estacionaba el auto en cualquier esquina y caminaba mirando las luces y las sombras mientras su pensamiento no se apartaba de esas tres noches en Madrid. 

Esa tarde, recién oscurecía, en una noche de primavera tardía. Caminaba por el barrio El Golf, cuando la vio venir hacia él. Años que no veía a Laura... a veces se acordaba de ella, con cariño, y se había preguntado si la pasión aún existiría. 

“Hola...” dijo ella, con una voz que le era tan familiar. 

“Te invito un trago, tenemos que conversar...” La voz de Gorka sonó un poco torpe.

Como a las 10 de la noche Gorka supo... Laura fue un recuerdo de algunos buenos tiempos. Pero había quedado atrás. Su ser solo vibraba con Fernanda, la madrileña bonita. El espacio y el tiempo se esfumaron en la nada. Supo que no era mas que un estado mental... 

Fernanda se lo dijo una de esas noches, cerca del amanecer. “Nada nos separa realmente... sólo está en tu mente. Un día lo verás”

La decisión estaba tomada. Unos días después partió a Madrid. 

La encontró más hermosa que antes. Miro a sus ojos, oyó su voz, y supo que había tomado la decisión correcta. No recordaba otra mirada como esta... otra sensación como esta. 

“Nos vamos a viajar un tiempo...” le dijo mientras la abrazaba, con la emoción de sentirla cerca suyo. Ella sonreía y sus ojos brillaban con un dejo de pasión.

“Es que no soy capaz de soltarte... y lo único que quiero, que me mueve, es poder estar y hablar contigo...”

Esa noche la pasaron en el mismo hotel en el Paseo de la Castellana. El día siguiente partirían a la Playa del Ingles en las Canarias. Hablaron casi toda la noche. Tenían tanto que decirse, de esas cosas que nadie más que ellos entendería... 

Ella era fotografa y sus trabajos los habían publicado un par de revistas de naturaleza y turismo. Estuvieron mirando algunas que ella hizo el verano anterior.  Se metieron en una conversación a fondo sobre luces y sombras, eso del contraste local y otros tecnicismos. A Gorka le encantaba el postproceso de las fotos.  Y le encantaba hablar de la visión de la foto cruda de Cartier-Bresson, a quien admiraba profundamente.

Sus dedos se rozaron al hablar de una foto de mar, y se miraron con  destellos de luz en sus ojos....  se besaron levemente. Las fotografías quedaron ahí... testigos de la pasión.

Al día siguiente volaban a Canarias... a Playa del Inglés.

-- este cuento tiene dueña... ella sabe.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Luna gitana...



Esa noche yo tenía que viajar a Chicago desde NY. En La Guardia vi a Gorka, que esperaba un vuelo,  y me fui a conversar con él. Iba a Washington, a una reunión en la NSF.  Nos compramos unos cafés, de esos aguados que toman por allá... algo así como un Rocky Mountains Cofee y nos sentamos a conversar.

Había estado en Madrid la semana anterior. Su mirada estaba inusualmente lejana, y sus palabras aún más escasas que de costumbre. Me habló del calor madrileño de estos días de verano, las noches cálidas y los amigos de allá, de García Lorca y el flamenco. Y me habló de ella, largamente.

La conoció una de esas noches del Madrid veraniego.  Cuando vio su mirar y oyó su voz, lo supo. La había buscado tanto, y durante tantos años. Y este Madrid surrealista la trajo. Su ojos oscuros lo miraron en la oscuridad de la noche distante. Esa oscuridad llena de medias luces y claroscuros, que siempre agitaron pasiones en su alma...

Las noches en el hotel de Gorka parecieron esfumarse, una a una, con la aurora que presagiaba el nuevo día. Y cada aurora se llevó consigo una de esas tres noches, en que compartieron copas de vino en la terraza de su habitación, en ese hotel desde donde se veian el Paseo de la Castellana y la Plaza Colón.

La luz de una luna gitana y plateada, generosa, los baño desde su plenitud de luna llena.

“Como esas lunas gitanas de García Lorca” dijo.

Verde que te quiero verde. / Bajo la luna gitana, / las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas".

Recordó la conversación intensa y a ratos suave, la ternura en sus palabras. Volvió a ver en su mente ese sueño inalcanzable de sus ojos, sus palabras y su piel. Las primeras caricias y la pasión bajo la luz de plata.

“La luna y las estrellas...” le había susurrado ella, cuando el la tenía en sus brazos.

Hablaron mucho, y se dijeron muchas cosas. Gorka no podía dejar de mirarla y oírla. Fascinado por la forma como ella era capaz de atravesar todo aquello que parecía impenetrable, para llegar hasta su mente con sus palabras claras. Para tocarle el alma con sus miradas. Era como si se hubieran conocido toda la vida.

Fueron pocos días y Gorka sentía que debía volver a Madrid, pronto, sólo para estar con ella.  “Si sólo fuera posible” dijo en voz alta, ensimismado, con un dejo de tristeza... yo hice como que no lo oí.

Gorka pensó en otras vidas y si acaso habrían estado juntos en otros tiempos... y si volverían a estar juntos, en otra de estas vueltas de la vida. Pero este Madrid era irreal. Esta vez el tiempo y la distancia abrían un abismo entre ellos.

Miró la hora en el celular, se paró, recogiendo ese único bolso con el que siempre viaja por el mundo, me dio un apretón de manos, un poco rudo... “como siempre...” pensé, y lo vi alejarse hacia su puerta de embarque, con sus sienes un poco plateadas como luz de luna y el paso ágil de toda la vida.

--este cuento le pertenece a ella

domingo, 12 de septiembre de 2010

Maite maitia

Esa mañana Gorka había salido a varias reuniones en un día pesado y rutinario.  La llamó sin respuesta, parecía no existir al otro lado del celular. “Estará durmiendo...” dijo entre labios mientras recordaba tantas cosas pasadas.  Pasado el atardecer, y después de terminar su última reunión, un poco abruptamente tal vez, hastiado de tanto dato, partió dejando atras todo eso que llenaba sus días. No es que le disgustara. Por el contrario, disfrutaba haciendo lo que hacía, sobre todo haciéndolo bien. Pero su mente y su alma estaban en otra parte hoy. La buscaban a ella.

Es que esto de oir a Urko cantando Maite, maitia, siempre lo ponía medio sentimental. Había ido a comer solo, como lo hacía a menudo, en ese restaurant, en ese rincón oscuro donde podía pensar. Lugar frecuente, su refugio de tantas noches solitarias. Al entrar la cajera de ojos claros lo saludo por su nombre con su siempre alegre sonrisa.

Ahora manejaba de vuelta, siempre oyendo a Urko... dejo el iPod repitiendo la canción... “Maite maite maitia/ Zu zara nerea/Zu zara berria/ Zu zara negarra/ Zu zara irria”. La voz simple y un poco aspera de Urko, con su guitarra rasgeada, sonaba acogedora y transmitía el sentimiento de la canción. Vió pasar la ciudad.  No se detuvo en su casa... siguió como impulsado por las palabras de la canción.

Dejó el auto en una calle lateral y caminó. Quería aclarar su mente. La noche un poco fría y las luces escasas. Caminó varias cuadras. Es que ella no le respondia sus llamados. Había olor a lluvia...

Alla lejos, vio las luces amarillas y azules del minimarket... ese que le era tan familiar. Conversación, Camembert y Chardonnay.

Ella se desperto cuando sono el timbre del citofono. Penso no contestar. Las dudas, el no saber el destino de este camino. ¿Acaso tenían un futuro? Pero sus ojos se iluminaron. “Vamos de a poco...”  y se levanto.

Oyo su voz, con ese tono relajado y determinado. “Voy a subir...” Ella le abrió y lo espero, llevaba un pijama blanco con flores muy palidas, que resaltaba sus pecas y su pelo suelto, un poco crespo. Se veia tan joven...

Abrió rápidamente, casi ansiosa, cuando sintió los tres golpes leves en la puerta. El estaba ahi, su traje azul y la corbata azul con rayitas rosadas le daban un aspecto un poco fantasmal a la luz de la luna. “Gorka, yo...” comenzó a decir mientras prendia una luz.  Él la miró a los ojos y luego le acaricio el cabello  mientras ella lo abrazaba profundamente.

Hemen,/ hemen zu ta ni bakarrik,/ bakarrik munduan, / bakarrik maitasunean./ Maitasuna.

“Tu y yo solos en el mundo... “ le dijo al oido, recordando la canción esa...

Al otro día un pequeño rayo de sol los despertó, filtrándose entre pliegues de las cortinas.

sábado, 17 de julio de 2010

Noche misteriosa




Oigo cantar a Miguel Fleta... "Mujer de los negros ojos,/ la de la trenza morena... /¡Mujer de cuerpo pagano,/ eres llama, verso y flor!", con su voz de tenor, oscura y bien timbrada. Recuerdo noches madrileñas. Noches calurosas, como ésta. Verano en el Paseo de la Castellana. El sabor del patxaran y el ardor del licor fuerte, el olor de la hierba, seca por falta de agua, las voces gritonas, las luces tenues. Y la voz de Fleta resonando en el aire, como un eco cálido de tiempos pasados. ¿Cuantas veces habrá sonado su voz ahi mismo?

Caminatas por calles antiguas y poco iluminadas. La Plaza Mayor y la Puerta del Sol, con sus calles estrecha y cargadas de pasado. Mujeres pintadas, con faldas minusculas y pantalones apretadisimos, que preguntan como llegar a la Gran Vía. Uno sabe que buscan ganar unas cuantas pesetas. Una respuesta vaga y las vemos alejarse en su triste pasar.

Voces penetrantes y agudas, con ese acento tan propio del Madrid popular, nos atraen a una jamoneria, casi al amanecer. Jamón serrano, vino tinto y conversación... de que otra forma podria terminar una noche de verano, cálida, como esas?

La noche se confunde dentro de mi. Se confunde con ese colorido nocturno del Madrid antiguo. Mientras la voz de Fleta se hace mas densa, y la luz mas ocre, los claroscuros se acentúan, con tonos flamencos. Esos labios rojos, el perfil gitano, la presencia lejana, inmaterial, desconocida, el mirar penetrante y sutil parecen cobrar vida en esa voz.

Madrid, noche misteriosa... la musica se hace intensa, y suavemente aterciopelada en la oscuridad de la voz de Fleta. La zarzuela hace pensar... El Ultimo Romántico, "Noche de amor/ noche misteriosa/ven hacia mi/sombra de mujer..." La voz se extingue, los recuerdos se agolpan en mi mente, acaso ya pasó la noche? oigo otros cantos, cantos lejanos de pajaritos que anuncian el amanecer...

sábado, 3 de julio de 2010

Kuda, Kuda



La noche está fria, y el cielo despejado, con estrellas brillantes, que suplantando a una luna ausente, dejan un sentimiento casi ominoso. Lejanas rondan aquellas noches del febrero veraniego, cargadas de luces ocres y doradas, con su ambiente calido y húmedo. Aquellos ojos misterios, con mirar lejano y un poco triste, ya no están.

En esta noche solitaria, la voz de Sergei Lemeshev, fría como la noche a mi alrededor, suena clara y brillante, casi afilada, como acerada pero feble espada. Kuda, kuda, kuda vi udalilis,/ vesni moyei zlatiye dni?, ¿A dónde, a dónde os habéis ido,/ dorados días de mi primavera? La tremenda pregunta de Lensky, el poeta que morirá en duelo, a manos de Oneguin. Tan diferente de esos sonidos aterciopelados y calidos del otro tenor, ese de la zarzuela, que con voz pastosa alargaba noches de hastío veraniego, hasta lo que parecía ser la eternidad. Una eternidad con ensoñaciones fantasticas, en las luces y sombras nocturnas.

Esta otra voz, la voz de Lemeshev, con su tono frio, color nostalgico y expresión trágica, evoca el paisaje nevado y frio de la campiña rusa, con oscuros presagios. Al alba, la estrella matutina/ esparcirá su luz,/ mientras yo, quizás, descenderé/ en las sombras de la tumba. El duelo al amanecer, despues de velar la noche. De que otra forma podria Lensky lavar la ofensa, en ese amanecer helado. Amanecer frío y tenebroso que presagia su destino.

Camino sin retorno, despues de tantos viajes y tantos retornos nocturnos. En noches felices y noches tristes. La luna siempre su compañera, esta vez ausente. ¿Acaso el tiempo, esta vez, lo llevará a uno de esos lugares no imaginables? Camino sin desvíos, trazado desde siempre, que Lensky recorre sabiendo que llegará a un final.

El frio de la noche en vela, desnuda su espiritu y él comprende, ahora sabe. Sabe cosas que se develan ante su pensamiento como si la luz que comienza a despuntar, cuando el duelo se hace inminente, le revelara arcanos secretos. Como si la luz del dia que nace iluminara en su intelecto. Vivir y vivir sin arrepentimientos. Enfrentar el amanecer y el sino que traen las armas del contrincante. ¿Una bifurcación final acaso? Frio, nieve, paisaje yermo, tenue luz gris, no más. El final del camino.