sábado, 24 de mayo de 2014

La niña que tenía el cielo en los ojos

 

Lo despertó el teléfono celular. Gorka respondió malhumorado.
“Hola… ¿te desperté?” la risotada de Francisco lo sacó del sueño y logró abrir los ojos.
“¿Como se te ocurre llamar a esta hora?”
“¿Hagamos algo a la noche? ¿Te tinca ir al Liguria?”

Que buena idea ir a divertirse un rato, un traguito y algo de comida. Francisco le dijo que iría un grupo grande.

El día fue como muchos otros, una cosa y otra le ocuparon el tiempo hasta el anochecer.

Al entrar al Liguria, un poco tarde, vió de inmediato a sus amigos que ya habían llegado. Gorka se fijó en una mujer rubia, parecía teñida, pero el conjunto de colores dejaba ver que alguna vez fue rubia de verdad. Había una silla desocupada junto a ella. Un leve gesto en su mirada fue una invitación tácita que él aceptó con gusto.

Pasaron un rato agradable, Sofía, así se llamaba la rubia, era muy simpática. Sorpresivamente sabía de las cosas que le gustaban a Gorka, y hablaba de ellas con soltura. Opera, libros, política. La conversación era amena. Gorka se estaba divirtiendo mucho. Francisco lo miró de reojo. Era obvio que Sofía había sido invitada deliberadamente para él y devolvio un leve gesto de agradecimiento. Esto debía tener un buen final, ya que congeniaban de lo lindo.

Pero la historia con Sofía no tendría ningún futuro, porque entró un bullicioso grupo de gente joven, entre ellos una mujer, de aspecto casi infantil, sus movimientos eran ágiles, elegantes, discretos y silenciosos. Casi invisible para todos. Nadie la vió. Nadie se fijó en ella, que se instaló por ahí con sus amigos. Era una mujer invisible en medio de la multitud.

Al pasar cerca de Gorka, sus miradas se cruzaron. Quizás por accidente, o fue el destino. Nadie podría saberlo. Fue la mirada más intensa de la historia del universo. Sus ojos azules, brillantes, reflejos de cielo, arrancaron trozos de su alma.

Su presencia distante lo inundaba, esa mirada, esa mujer cualquiera, sentada en una mesa cualquiera, por allá donde pasaba desapercibida, donde casi nadie sabía quien era y casi nadie la notaba. Excepto él.

Esa noche sonaban canciones italianas, de antiguas grabaciones. La voz masculina y potente de caruso cantaba "Tu ca nun chiagne", con un dejo melancólico, sonaba triste, como hablando de una vida imposible. Gorka amaba esa canción que ahora no dejaba de poner ideas en su mente, quizás un anuncio de lo que vendría en sus próximas semanas. La voz de caruso y esos ojos azules como el cielo concentraban toda su atención.

Al final de la noche, al salir, se cruzaron, se miraron con detención, los ojos en los ojos.

“¿Como te llamas?”
“Maite”
“Busquémonos… yo soy Gorka, tienes facebook?”

Se fueron, los dos, cada uno por su propio camino.

Maite se despidió de sus amigos y con paso rápido se dirigió a su auto. No ofreció llevar a nadie, ni siquiera lo pensó. El hombre que la miró, que ella miró,  el que preguntó su nombre, no la dejaba pensar en otra cosa. Quería buscarlo. Volvió varias veces sola al Liguria en vano. Pero estaba segura de que él también la buscaba.

Al pasar los días Gorka no dejaba de pensar en Maite, la veía en sus sueños. Volvió a la vieja rutina de caminar por las calles al atardecer. Creía verla e todas partes, pero sabía que ella no estaba ahí. Tenía esa premonición, esa suerte de deja vu que lo perseguía y lo inquietaba, sabía que debían encontrarse.

Los dos soñaban, y vivian en un mundo irreal donde todo era posible y podían estar juntos. Hablaban mucho en ese mundo, a veces toda la noche, hasta el alba, cuando el canto de los pájaros precedía la claridad del día y anunciaba que la vida real se acercaba implacable.

“Quizás no pueda vivir contigo, pero no puedo vivir sin ti” le habia dicho Maite en uno de esos sueños.

“Yo moriría sin ti… quiero que me abraces” le respondió él.

Compartieron sus pensamientos más intimos, de forma irreal, en el mundo de sueños donde podían amarse.

“Veo el reflejo de mi alma en tus ojos” le había dicho una vez él. “Es mi alma que se une a la tuya” le respondió ella.

Sin embargo, al pasar los días, ese mundo perfecto e intangible comenzó a contaminarse con realidad. La necesidad de verse, tocarse, oirse, mirarse crecía abrumadora, aplastante. Gorka y Maite sentian un vacío en sus pechos, que sólo podria llenarse con la presencia del otro.

Un día, mientras vivían en el mundo de los sueños, Gorka le pregunto por algo que ocurrió el fin de semana, que ella le había contado ese domingo como a las 7am. Maite casi sin darse cuenta le dijo “¿Como…? ¿te conte esas cosas? pero si tu vives en otro mundo, no deberías saberlas”. El frio del conocimiento y la razón invadió a Gorka, lo paralizó un momento, una corriente helada quemaba su espalda. “No puedo vivir contigo y no puedo vivir sin ti… Esta vida espantosa, que nos hizo nacer en mundos aparte nos separa” murmuró con voz muy queda y ojos tristes.

Una tarde de lluvia, de calles mojadas, que reflejaban las luces de la ciudad como un espejo rugoso, Maite caminaba por Isidora Goyenechea, sin paraguas, mojándose. Le gustaba la sensación.

Esa misma tarde, Gorka iba con alguna prisa hacia el estacionamiento donde había dejado su auto. La lluvia lo sorprendió como a muchos otros.

Era una lluvia fina y grácil, el ocaso y las luces hacían que fuera como una neblina que velaba la visión.

Maite que venía desde la dirección opuesta, tuvo que detenerse para esperar un semáforo. Lo vio de inmediato al otro lado de la calle. Aunque se veía poco, supo que era él. Intuyó su mirada que la reconocía. Fue entonces que pasaron esas dos camionetas grandes, que bloquearon la vista por unos segundos. Cuando volvió a mirar, la luz del semáforo era verde y corrió para cruzar la calle.

Gorka se había ido, lo vio caminar ya un poco lejos, y sumergirse en unas sombras, que quizas fueran un portal al mundo irreal, donde desapareció. Sabía que la había visto, y creyó adivinar un dolor en esa figura que se alejaba. Sus ojos, reflejo del cielo, se nublaron cuando la lluvia o quizás un par de lagrimas los invadieron. Después de un rato, Maite se fue. Le pesaba la ropa mojada, y caminar le estaba resultando difícil en el suelo aún mojado. Ya no llovía.



Santiago 2011