martes, 19 de octubre de 2010

Frio Otoño



Madrid de madrugada, otoño un poco frío. Gorka miraba la luz tenue del amanecer desde el balcón. Era tan raro que estuviera despierto a esa hora. Ella dormía, la miró, apenas cubierta por una sabana muy blanca. Miró la suave curva de su cadera y su pierna, su cuerpo ligeramente musculoso, su pelo ahora un poco rizado. La memoria cálida de la piel en la piel.

El día antes pasearon por esa ciudad antigua, llena de historia y de vivencias acumuladas en los siglos. Era su ciudad y ella la amaba. Gorka oía encantado la forma en que ella la describía. Relatos llenos de pequeños datos y anécdotas, que alguna vez él leyó en escritos de Ramón Gómez de la Serna, el periodista madrileño.

“En esta iglesia se quedaron las tropas napoleónicas...”

“Aqui vivió Calderón de la Barca...”

“La Calle Mayor en esa época se llamaba la Calle de las Platerías...”

Le llamaba la atención su voz un poco grave, que sonaba siempre con tono decidido y seguro.  Claramente ella no dudaba cuando tenía algo que decir. Era de pocas palabras, y sus emociones, que desbordaban en su mirar, no solía expresarlas verbalmente. Al principio pensó que ella no se atrevía a revelarse. Después entendió que no era necesario... sus ojos y actitud lo decían todo.

Sentado en ese café, en la Plaza Mayor, la vio alejarse caminando cuando fue a hacer algo... No recordaba qué, y tampoco le importaba, su mente totalmente absorta en su figura. La emoción lo invadió viéndola caminar, un poco deportiva, fuerte y enérgica.

Ella entendía las cosas. Que fácil hablarle... parecía bastar una mirada para entenderse y ponerse de acuerdo, comprensión instantánea, sin palabras. El hablar quedaba para el placer de conversar, oírla, y jugar con el lenguaje.

La música lo trajo de vuelta al amanecer.

 “We used to swim the same moonlight waters / Oceans away from the wakeful day...” Ghost Love Score... sonaba en algún canal del TV cable del hotel. No quiso mirar la pantalla. Esos versos lo hacían pensar en ella. Una canción que ella le dio hacía tiempo. Y ahora parecía tan ajena que se sentía mal.

Se habían visto pocas veces. Sin embargo era como si hubieran pasado una vida juntos. Que curiosa sensación, una especie de deja vu, que en ese momento parecía esfumarse, deshacerse en el aire.

Ella despierta, lo miraba, sus ojos expresaban una pregunta no dicha, que Gorka prefería ignorar. Sintió un nudo en su pecho al verla así, se dio cuenta de la frialdad y distancia de esa mirada  en sus ojos, y le dio pena.

“Me muero de amor por ti... pero así es la vida no mas...” murmuró, sabiendo que ella no lo oía.  Pensó en el avión a Canarias con un poco de rabia.

Cerca del amanecer ella le había hablado de su vida, sus problemas y como las circunstancias actuales no les permitirían tener una relación. Ella le dio varias razones, que parecían muy sólidas, pero no guardaban relación alguna con las alentadoras palabras de pocas semanas antes, “esto es real... si queremos lo lograremos” le repetía entonces.

Gorka sabía que ninguna razón era tan fundada. Sabía que eran las dudas que llenaban el corazón de Fernanda. Es que habían tantas cosas, abismos que los separaban. Juntos? si, podía ser... pero una relación amorosa? Quizás nunca.

Gorka la miró mientras la desazón lo invadía. Si, el sabía. Lo intuyó desde el primer día, pero no quiso oír a su voz interior.  Ahora, esas noches bañadas por la luna gitana tomaban una dimensión diferente... lejana, triste. Respondió de forma automática, lo sentía inútil...

“Quedate conmigo...” le dijo y ella lo miro sin responder nada.

Se sintió aturdido y una ola de violenta tristeza lo inundó. Los años le habían dado algo de calma y reprimió sus impulsos. Lo mejor era esperar, eludir esas reacciones inmediatas. Pero no podía evitar ese sentimiento violento, y el ansia que a veces lo embargaba. El temperamento heredado de su abuelo vasco sin duda.

“No puede ser, no ahora... por favor no preguntes más.” le dijo ella con tono seguro y con una mirada muy triste.

Se fue al balcón, el aire frío le haría bien y ella se tendió en la cama con ojos tristes.

Después el desayuno, Gorka le dijo que se iba. Esta ambigüedad de una relación que no era, superaba su capacidad de aceptar, podría entenderlo quizás... pero aceptarlo?. No quería perderla. Necesitaba pensar, solo, en el frío, sin la calidez de su voz y de sus ojos que lo atraían con tanta fuerza.

Canarias y la Playa del Inglés no parecía la mejor opción para pensar, menos al lado de ella. Le dejó los pasajes a Fernanda.

“Usalos, son full flexible, así que haz lo que quieras... Yo francamente no puedo...” La voz rígida, sus ojos brillantes... y se fue. Su pasaje de vuelta a Santiago era vía New York. Se quedaría unos días ahi, algunos amigos que visitar y mucho que pensar.

“Me quedo unos dias en New York, voy a visitar al Kevin...”  claro que ella no tenía idea de quién era el famoso Kevin...

“Voy a estar en el Hemsley Park Lane si quieres algo...”

Esas calles nocturnas neoyorkinas parecían un buen lugar para caminar y  pensar.

--  este cuento es para ti.... habrán mejores días en NY.

viernes, 1 de octubre de 2010

Madrileña bonita...

O

Salió del Aladdin en Fairfax Drive, cerca del edificio de la NSF. Se dirigió al Westin dos cuadras mas alla, y luego un taxi a Reagan National. Tenía tiempo de sobra. Era temprano y su vuelo salía a las 3pm. En Miami tenia que esperar un par de horas, lo típico. Esta vez sentía el bolso un poco pesado, y por primera vez en años, pensó que quizás lo cambiara por uno de esos con rueditas, aunque nunca le gustaron. 

El Aladdin, donde servían comida del medio oriente,  era uno de sus lugares favoritos, rápido y simple. También visitaba frecuentemente el japones de WIlson Blvd., frente al Walgreen’s. Gorka siempre recordaba lo bueno que le había parecido una vez el japones de comida rápida en el aeropuerto... “debo haber tenido mucho hambre ese día...” pensó, recordando una sopa de mariscos que había encontrado gloriosa un par de años antes.

En su mente estaba la imagen de esa mujer que conoció en Madrid... las noches de luna en el balcón, mirando la Plaza Colón, el tráfico nocturno, el vino y la pasión.  Y el abismo de espacio y tiempo que los separaba, en tantas dimensiones.

“Esos españoles viven de noche... increible” dijo en voz baja.

Y la imagen de ella....  que llenaba su ser... no podía dejar de pensar. Las palabras no dichas, y su mirada. Esos ojos que revelaron su alma a Gorka, cuando le hablaba  en voz baja, con su tono seguro, de todas esas cosas que ellos entendían, y que a veces parecen tan lejanas del resto del mundo. Como si la luz de la luna plena los transportara a un mundo propio, cuyos únicos habitantes eran ella y él.

“Señor despierte, estamos por aterrizar”. La voz de la asistente de vuelo lo trajo de vuelta al mundo real.  Arropado con la frazada de LAN, y el cinturón de seguridad sobre la frazada, para que no lo molestaran en caso de turbulencias y lo dejaran dormir tranquilo. Los ojos tapados con un gorro de lana azul. Se veía bastante ridículo...

Los días siguientes Fernanda ocupo toda su mente,  y sintió esa necesidad de deambular por Santiago de noche. Estacionaba el auto en cualquier esquina y caminaba mirando las luces y las sombras mientras su pensamiento no se apartaba de esas tres noches en Madrid. 

Esa tarde, recién oscurecía, en una noche de primavera tardía. Caminaba por el barrio El Golf, cuando la vio venir hacia él. Años que no veía a Laura... a veces se acordaba de ella, con cariño, y se había preguntado si la pasión aún existiría. 

“Hola...” dijo ella, con una voz que le era tan familiar. 

“Te invito un trago, tenemos que conversar...” La voz de Gorka sonó un poco torpe.

Como a las 10 de la noche Gorka supo... Laura fue un recuerdo de algunos buenos tiempos. Pero había quedado atrás. Su ser solo vibraba con Fernanda, la madrileña bonita. El espacio y el tiempo se esfumaron en la nada. Supo que no era mas que un estado mental... 

Fernanda se lo dijo una de esas noches, cerca del amanecer. “Nada nos separa realmente... sólo está en tu mente. Un día lo verás”

La decisión estaba tomada. Unos días después partió a Madrid. 

La encontró más hermosa que antes. Miro a sus ojos, oyó su voz, y supo que había tomado la decisión correcta. No recordaba otra mirada como esta... otra sensación como esta. 

“Nos vamos a viajar un tiempo...” le dijo mientras la abrazaba, con la emoción de sentirla cerca suyo. Ella sonreía y sus ojos brillaban con un dejo de pasión.

“Es que no soy capaz de soltarte... y lo único que quiero, que me mueve, es poder estar y hablar contigo...”

Esa noche la pasaron en el mismo hotel en el Paseo de la Castellana. El día siguiente partirían a la Playa del Ingles en las Canarias. Hablaron casi toda la noche. Tenían tanto que decirse, de esas cosas que nadie más que ellos entendería... 

Ella era fotografa y sus trabajos los habían publicado un par de revistas de naturaleza y turismo. Estuvieron mirando algunas que ella hizo el verano anterior.  Se metieron en una conversación a fondo sobre luces y sombras, eso del contraste local y otros tecnicismos. A Gorka le encantaba el postproceso de las fotos.  Y le encantaba hablar de la visión de la foto cruda de Cartier-Bresson, a quien admiraba profundamente.

Sus dedos se rozaron al hablar de una foto de mar, y se miraron con  destellos de luz en sus ojos....  se besaron levemente. Las fotografías quedaron ahí... testigos de la pasión.

Al día siguiente volaban a Canarias... a Playa del Inglés.

-- este cuento tiene dueña... ella sabe.