lunes, 27 de septiembre de 2010

Luna gitana...



Esa noche yo tenía que viajar a Chicago desde NY. En La Guardia vi a Gorka, que esperaba un vuelo,  y me fui a conversar con él. Iba a Washington, a una reunión en la NSF.  Nos compramos unos cafés, de esos aguados que toman por allá... algo así como un Rocky Mountains Cofee y nos sentamos a conversar.

Había estado en Madrid la semana anterior. Su mirada estaba inusualmente lejana, y sus palabras aún más escasas que de costumbre. Me habló del calor madrileño de estos días de verano, las noches cálidas y los amigos de allá, de García Lorca y el flamenco. Y me habló de ella, largamente.

La conoció una de esas noches del Madrid veraniego.  Cuando vio su mirar y oyó su voz, lo supo. La había buscado tanto, y durante tantos años. Y este Madrid surrealista la trajo. Su ojos oscuros lo miraron en la oscuridad de la noche distante. Esa oscuridad llena de medias luces y claroscuros, que siempre agitaron pasiones en su alma...

Las noches en el hotel de Gorka parecieron esfumarse, una a una, con la aurora que presagiaba el nuevo día. Y cada aurora se llevó consigo una de esas tres noches, en que compartieron copas de vino en la terraza de su habitación, en ese hotel desde donde se veian el Paseo de la Castellana y la Plaza Colón.

La luz de una luna gitana y plateada, generosa, los baño desde su plenitud de luna llena.

“Como esas lunas gitanas de García Lorca” dijo.

Verde que te quiero verde. / Bajo la luna gitana, / las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas".

Recordó la conversación intensa y a ratos suave, la ternura en sus palabras. Volvió a ver en su mente ese sueño inalcanzable de sus ojos, sus palabras y su piel. Las primeras caricias y la pasión bajo la luz de plata.

“La luna y las estrellas...” le había susurrado ella, cuando el la tenía en sus brazos.

Hablaron mucho, y se dijeron muchas cosas. Gorka no podía dejar de mirarla y oírla. Fascinado por la forma como ella era capaz de atravesar todo aquello que parecía impenetrable, para llegar hasta su mente con sus palabras claras. Para tocarle el alma con sus miradas. Era como si se hubieran conocido toda la vida.

Fueron pocos días y Gorka sentía que debía volver a Madrid, pronto, sólo para estar con ella.  “Si sólo fuera posible” dijo en voz alta, ensimismado, con un dejo de tristeza... yo hice como que no lo oí.

Gorka pensó en otras vidas y si acaso habrían estado juntos en otros tiempos... y si volverían a estar juntos, en otra de estas vueltas de la vida. Pero este Madrid era irreal. Esta vez el tiempo y la distancia abrían un abismo entre ellos.

Miró la hora en el celular, se paró, recogiendo ese único bolso con el que siempre viaja por el mundo, me dio un apretón de manos, un poco rudo... “como siempre...” pensé, y lo vi alejarse hacia su puerta de embarque, con sus sienes un poco plateadas como luz de luna y el paso ágil de toda la vida.

--este cuento le pertenece a ella

domingo, 12 de septiembre de 2010

Maite maitia

Esa mañana Gorka había salido a varias reuniones en un día pesado y rutinario.  La llamó sin respuesta, parecía no existir al otro lado del celular. “Estará durmiendo...” dijo entre labios mientras recordaba tantas cosas pasadas.  Pasado el atardecer, y después de terminar su última reunión, un poco abruptamente tal vez, hastiado de tanto dato, partió dejando atras todo eso que llenaba sus días. No es que le disgustara. Por el contrario, disfrutaba haciendo lo que hacía, sobre todo haciéndolo bien. Pero su mente y su alma estaban en otra parte hoy. La buscaban a ella.

Es que esto de oir a Urko cantando Maite, maitia, siempre lo ponía medio sentimental. Había ido a comer solo, como lo hacía a menudo, en ese restaurant, en ese rincón oscuro donde podía pensar. Lugar frecuente, su refugio de tantas noches solitarias. Al entrar la cajera de ojos claros lo saludo por su nombre con su siempre alegre sonrisa.

Ahora manejaba de vuelta, siempre oyendo a Urko... dejo el iPod repitiendo la canción... “Maite maite maitia/ Zu zara nerea/Zu zara berria/ Zu zara negarra/ Zu zara irria”. La voz simple y un poco aspera de Urko, con su guitarra rasgeada, sonaba acogedora y transmitía el sentimiento de la canción. Vió pasar la ciudad.  No se detuvo en su casa... siguió como impulsado por las palabras de la canción.

Dejó el auto en una calle lateral y caminó. Quería aclarar su mente. La noche un poco fría y las luces escasas. Caminó varias cuadras. Es que ella no le respondia sus llamados. Había olor a lluvia...

Alla lejos, vio las luces amarillas y azules del minimarket... ese que le era tan familiar. Conversación, Camembert y Chardonnay.

Ella se desperto cuando sono el timbre del citofono. Penso no contestar. Las dudas, el no saber el destino de este camino. ¿Acaso tenían un futuro? Pero sus ojos se iluminaron. “Vamos de a poco...”  y se levanto.

Oyo su voz, con ese tono relajado y determinado. “Voy a subir...” Ella le abrió y lo espero, llevaba un pijama blanco con flores muy palidas, que resaltaba sus pecas y su pelo suelto, un poco crespo. Se veia tan joven...

Abrió rápidamente, casi ansiosa, cuando sintió los tres golpes leves en la puerta. El estaba ahi, su traje azul y la corbata azul con rayitas rosadas le daban un aspecto un poco fantasmal a la luz de la luna. “Gorka, yo...” comenzó a decir mientras prendia una luz.  Él la miró a los ojos y luego le acaricio el cabello  mientras ella lo abrazaba profundamente.

Hemen,/ hemen zu ta ni bakarrik,/ bakarrik munduan, / bakarrik maitasunean./ Maitasuna.

“Tu y yo solos en el mundo... “ le dijo al oido, recordando la canción esa...

Al otro día un pequeño rayo de sol los despertó, filtrándose entre pliegues de las cortinas.